La primera vez que vi El Rocío fue desde un autobús que unía Sevilla con Matalascañas. Sonaba Revólver como banda sonora en mi Ipod y casi de noche atravesamos el pueblo, aún así, me llamaron la atención varias cosas. Entre ellas, sus calles de arena y sus porches para dejar los caballos amarrados en la puerta de las casas. Con un simple paso se puede reconocer que se trata de un lugar de profundas y arraigadas tradiciones. Un sitio de esos donde se estanca el tiempo. Para bien.
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El Rocío. |
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Marismas de Doñana desde El Rocío. |
Donde confluyen los conflictos es con su proximidad a Doñana. Estos días hemos asistido a la peregrinación de las hermandades a El Rocío. Ese río incesante de gente se abre paso desde la antigüedad a través de los caminos de Doñana y muchas veces no de manera respetuosa. Las multitudes y la naturaleza no son buenas aliadas. Los que me conocen saben que no profeso la religión pero respeto e incluso admiro lugares como El Rocío por lo que culturalmente aportan, pero al igual exijo un respeto por la naturaleza. Lo ideal es que el aproximadamente millón de personas que se reúnen en El Rocío no deje huella, ni molestia en un santuario como Doñana. Para muchos, esa es la verdadera tierra sagrada.
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Plaza de El Rocío. |
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Grupo de flamencos en las marismas de Doñana vistas desde El Rocío. |
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